OPINIÓN

Luis Enrique Ramírez
EL OTRO

La mezquindad en su más patético gesto fue lo único capaz de accionar la descalificación de Carlón Morán Dosta al duelo colectivo del domingo pasado en la avenida Obregón.

Que el coordinador general del Consejo Estatal de Seguridad Pública salga a declarar que la manifestación ciudadana en que se encendió una veladora por cada una de las 578 personas asesinadas en la entidad hasta ese día “lastima a los ciudadanos de bien” puesto que la mayoría de las víctimas “son de los malos”, no hace sino confirmar que el tal CESP sirve para dos cosas: para nada y para…decir incoherencias.

No nos referimos sólo a que Carlos Morán haya incluido a los 67 policías caídos entre los “los malos”, pues habló de sólo 20 víctimas inocentes “si acaso”. Es inmoral, por decir lo menos, juzgar a priori a cualquier persona por el modo en que le tocó perder la vida, sobre todo si hablamos de los agentes de encargados de proteger nuestra seguridad; quien es capaz de afirmar sin pruebas que sus muertes son el resultado de actos deshonestos, debe comenzar por revisar su propia escala de valores.

Son muy pocos los que descansan en paz. Podemos intuirlo. Sin embargo, en el catolicismo existen almas en pena, salvables a través del rezo.

Marcar públicamente una división de buenos y malos entre los muertos es un sofisma típico de la falsa moral que nada aporta. Si acaso, alcanza sólo a envilecer a quien lo emite.

No estamos de acuerdo en que personas relacionadas con el narco se erijan, merced a un cargo en determinada agrupación, en autoridad moral para criticar acciones de gobierno. Acaba de ocurrir con una de ellas que condenó con dedo flamígero y las vestiduras rotas el spot del gobernador. Es cierto que el mensaje de Aguilar es de pena ajena y que si sus asesores y jefe de prensa fueran gente apta ya lo habrían sacado del aire, pero también es cierto que ese tipo de declarantes tan socorridos por ciertos medios son, en la narcoguerra, juez y parte. Tanto cinismo reina, que personalmente nos ha tocado ver a vendedores de droga lanzar arengas contra el mal gobierno en mitines de campañas políticas.

Peor aún resulta, sin embargo, que desde un organismo público descentralizado que no ha dado una sola muestra de que el presupuesto millonario que recibe de nuestros impuestos sirva para algo a la sociedad, su titular incurra en la infamia de objetar el dolor de la ciudadanía y su modo de manifestarlo, con juicios de valor en torno a medio millar de seres de quienes puede cuestionarse todo, menos su condición de personas que, como tales, merecen de nosotros, tras su muerte, un mínimo gesto de humanidad, si es que la tenemos.

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